Los sistemas sanitarios en América Latina deberán lidiar con el síndrome de fragilidad.
Según la Organización Mundial de la Salud, la población mundial está envejeciendo rápidamente. Se estima que al menos el 22% de ella pasará los 60 años en 2050. Dicho fenómeno será especialmente visible en Latinoamérica, una región que deberá ampliar y fortalecer los sistemas sanitarios para cubrir esa demanda. Envejecer saludablemente no es cuestión de suerte, si no que es el resultado de la interrelación entre genes, estilos de vida y variables socioeconómicas. Cuando se analiza cómo envejece la población en América Latina, preocupa un problema no del todo estudiado aún: se trata del síndrome de fragilidad. Estudios recientes dan cuenta de una alta prevalencia de dicho trastorno en algunos países de América Latina. Las cifras superan ampliamente a aquellas registradas en Europa y Asia.
Definir al síndrome de fragilidad no ha sido sencillo. Según algunos autores, se caracteriza por una diminución de la reserva fisiológica en sujetos añosos y una menor resistencia a distintos tipos de estrés.
Una persona frágil tiene un compromiso multisistémico. Una acumulación de múltiples déficits en el sistema fisiológico que le generan vulnerabilidad. Para identificarlo se han enunciado criterios clínicos, tales como: sarcopenia, pérdida de peso, alteraciones en la marcha, déficits sensoriales, caídas a repetición.
Pero también se han valorado la presencia de enfermedades crónicas, polimedicación u hospitalizaciones frecuentes. Por si fuera poco, además se han puesto en juego criterios funcionales. Entre ellos se destaca la dependencia en actividades básicas de la vida diaria.
Se trata, en definitiva, de un síndrome asociado al envejecimiento, pero diferente a este. Potencia comorbilidades y discapacidades entre quienes lo padecen.
En promedio, alrededor del 21.7 % de las personas por encima de los 60 años presenta síndrome de fragilidad en Sudamérica. Cuando se analiza la situación particular de cada país, se observan algunas diferencias.
En Colombia, solo el 10.6% lo padecen. Dicha cifra contrasta con Chile o Ecuador, en donde los afectados sobrepasan el 30%. En México, un estudio da cuenta de un compromiso del 24% en individuos con edades comprendidas entre los 65 a 69 años.
Si se comparan esos números citados con los obtenidos en países de Europa o Japón -alrededor de un 12% y un 7.4 % respectivamente- se llega a comprender la magnitud del problema para la región. Una explicación posible de este fenómeno reside en desventajas socioeconómicas, inequidades en el acceso a los sistemas de salud, alimentación de pobre calidad nutricional, comorbilidades múltiples y discapacidad.
En comparación con la población general, una persona con síndrome de fragilidad duplica el riesgo de muerte por cualquier causa.
Además de no ser fácil definir el síndrome de fragilidad, tampoco lo es consensuar el empleo de herramientas que permitan un diagnóstico temprano en la práctica clínica diaria. Aún así, se ha podido identificar un patrón común por medio de diversos cuestionarios y escalas en Latinoamérica. Existe un mayor impacto de este trastorno en mujeres, personas residentes en hogares de ancianos y en aquellas con comorbilidades tales como enfermedad oncológica, patología cardiovascular o insuficiencia renal crónica.
El síndrome de fragilidad es un trastorno prevenible, que además puede ser diagnosticado precozmente y tratado de manera oportuna.
Debe ser abordado de manera multidisciplinaria. Pero ocurre que la mayoría de las guías y recomendaciones disponibles no se ajustan a la realidad de América Latina.
Según los expertos, es necesaria la puesta en marcha de nuevos estudios que describan mejor este fenómeno alarmante en la región. Coinciden en que solo de ese modo será factible diseñar políticas sanitarias, generales o específicas, un poco más efectivas.
The Journal of Frailty & Aging Revista de la Facultad de Medicina (México) OMS OPS
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