La reutilización de marcapasos es una práctica posible y segura.
Las enfermedades cardiovasculares son una de las principales causas de morbimortalidad a nivel mundial. Según datos de 2015, existen 422 millones de enfermos en el planeta y el 30% de las muertes están relacionadas con estos padecimientos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha encargado de alertar acerca del mayor impacto que generan las enfermedades cardiovasculares en los países de ingresos bajos y medios: más del 80% de las defunciones se producen en esos países y afectan casi por igual a hombres y mujeres.
Esta disparidad es más marcada en aquellas patologías que cursan con alteraciones del ritmo cardíaco. De acuerdo a algunas estimaciones, más de un millón de personas fallecen cada año debido a que no pueden acceder a un tratamiento adecuado para las bradiarritmias que presentan. Dichas alteraciones del ritmo suelen acompañarse de indicaciones precisas sobre la colocación de cada marcapaso cardíaco. Para paliar ese déficit algunas estrategias de reutilización de marcapasos explantados de pacientes fallecidos han sido puestas en marcha en Latinoamérica. Según un estudio reciente, con un protocolo adecuado no se observaron diferencias estadísticamente significativas en la tasa de infecciones asociadas a la reutilización de estos dispositivos.
Según datos de 2009, en los Estados Unidos se implantaron 767 marcapasos cardíacos por millón de habitantes, mientras que en Francia esa cifra trepó a 782 por millón de habitantes. Estos números distan mucho de los registrados en países como Perú (30 por millón de habitantes), Bangladesh (5 por millón de habitantes) o Pakistán (4 por millón de habitantes). Los marcapasos suelen tener una vida útil que excede el tiempo durante el cual son empleados por pacientes en países desarrollados. Alrededor del 66% de los que reciben un marcapasos en Estados Unidos siguen vivos cinco años luego del implante. La vida útil de estos dispositivos depende directamente del estado de su batería, que presenta una duración aproximada de entre ocho a doce años, según el modelo de marcapasos y la programación que requiere cada paciente.
Alrededor del 85% de los habitantes de los Estados Unidos que fallecen con un marcapasos son sepultados con él. Situaciones como la cremación requieren obligatoriamente la extracción de los mismos, dado el riesgo de explosión. Según encuestas, más del 90% de los pacientes de ese país se manifiestan a favor de la donación postmortem de su dispositivo a enfermos con bajos recursos, lo cual la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA), en sintonía con recomendaciones de los fabricantes, no ha autorizado en ese territorio. Sin embargo, por parte de la entidad no existen restricciones para la donación de marcapasos usados a otros países.
En Canadá, el panorama es similar y ha motivado un programa que lleva ya algunas décadas de recorrido. Desde 1983, el Instituto de Cardiología de Montreal -con la colaboración de casas funerarias de la región y el consentimiento previo del paciente o familiares cercanos- recolecta marcapasos y cardiodesfibriladores implantables. Allí son clasificados, esterilizados y examinados para certificar un correcto funcionamiento y al menos cinco años de vida útil extra.
Algunos centros sanitarios de países de Latinoamérica, tales como México, Honduras, Guatemala o República Dominicana, recibieron en calidad de donación miles de dispositivos durante este tiempo, para luego proceder a esterilizarlos e implantarlos en pacientes de bajos recursos.
Desde 2003 el mencionado instituto canadiense lleva además un detallado registro anónimo, acerca de la evolución clínica de los pacientes receptores en esos países. Esto ha permitido analizar un subgrupo de 1051 personas que recibieron dispositivos usados. En ellos no se encontraron muertes asociadas a los marcapasos o cardiodesfibriladores implantables reutilizados. Solo un dos% presentó infecciones, que incluyeron desde leves compromisos cutáneos hasta endocarditis. Fueron además comparados con pacientes que en Canadá recibieron dispositivos nuevos: durante un seguimiento de dos años no detectaron diferencias estadísticamente significativas en la incidencia de infecciones entre ambos grupos. Dichos hallazgos fueron publicados recientemente en la revista New England Journal of Medicine (NEJM).
Además de los investigadores canadienses, participaron en el estudio expertos de Latinoamérica. Algunos del Instituto Nacional de Cardiología Ignacio Chávez, en ciudad de México, por ejemplo. En 2013, investigadores del citado centro mexicano concluían, en un artículo publicado en la revista Circulation, que la reutilización de marcapasos era una práctica posible y segura. Una opción viable para pacientes con bradiarritmias y bajos recursos económicos. Exceptuando una mayor vida útil en los dispositivos nuevos, no encontraban diferencias significativas con el empleo de marcapasos usados. Los resultados obtenidos en NEJM van también en concordancia con los resultados de un metaanálisis publicado en 2018 por otros investigadores de los Estados Unidos.
El costo de un marcapasos en los Estados Unidos es de entre 2.500 a 8.000 dólares, en tanto que un cardiodesfibrilador implantable puede costar entre los 10.000 a 18.000 dólares, por lo que lamentablemente suele ser prohibitivo en algunos casos de personas enfermas en países en vías de desarrollo. Aunque existen iniciativas que incluyen donaciones de aparatos nuevos por parte de los fabricantes, la demanda persiste insatisfecha. Estudios como los citados suman evidencias que brindan seguridad a la hora de reutilizar estos dispositivos. Algo que sumado a fundamentos éticos, cambios regulatorios y modificaciones en el paradigma del uso único, estimulan una saludable práctica, nada menos que aquella que busca proveer a quien lo necesita de un tratamiento capaz de salvarle la vida.
New England Journal of Medicine Circulation My Heart- Your Heart (Universidad de Michigan) OMS
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